Educando con el ejemplo
La escuela del mundo al revés es
la más democrática de las instituciones educativas. No exige examen de
admisión, no cobra matrícula y gratuitamente dicta sus cursos, a todos y
en todas partes, así en la tierra como en el cielo: por algo es hija
del sistema que ha conquistado, por primera vez en toda la historia de
la humanidad, el poder universal. En la escuela del mundo al revés, el
plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a
volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos.
Los modelos del éxito
El mundo al revés premia al revés:
desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de
escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la
naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural. Milton Friedman,
uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de «la
tasa natural de desempleo». Por ley natural, comprueban Richard
Herrstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños
de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D.
Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y
castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del
mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para
anunciarles la gloria.
¿Supervivencia de los más aptos? La
aptitud más útil para abrirse paso y sobrevivir, el killing instinct, el
instinto asesino, es virtud humana cuando sirve para que las empresas
grandes hagan la digestión de las empresas chicas y para que los países
fuertes devoren a los países débiles, pero es prueba de bestialidad
cuando cualquier pobre tipo sin trabajo sale a buscar comida con un
cuchillo en la mano. Los enfermos de la patología antisocial, locura y
peligro que cada pobre contiene, se inspiran en los modelos de buena
salud del éxito social. Los delincuentes de morondanga aprenden lo que
saben elevando la mirada, desde abajo, hacia las cumbres; estudian el
ejemplo de los triunfadores y, mal que bien, hacen lo que pueden para
imitarles los méritos. Pero los «jodidos siempre estarán jodidos», como
solía decir don Emilio Azcárraga, que fue amo y señor de la televisión
mexicana. Las posibilidades de que un banquero que vacía un banco pueda
disfrutar, en paz, del fruto de sus afanes son directamente
proporcionales a las posibilidades de que un ladrón que roba un banco
vaya a parar a la cárcel o al cementerio.
Cuando un delincuente mata por alguna
deuda impaga, la ejecución se llama ajuste de cuentas; y se llama plan
de ajuste la ejecución de un país endeudado, cuando la tecnocracia
internacional decide liquidarlo. El malevaje financiero secuestra países
y los cocina si no pagan el rescate: si se compara, cualquier hampón
resulta más inofensivo que Drácula bajo el sol. La economía mundial es
la más eficiente expresión del crimen organizado. Los organismos
internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito
practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de
todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad que
humillan al mejor de los tirabombas.
El arte de engañar al prójimo, que los
estafadores practican cazando incautos por las calles, llega a lo
sublime cuando algunos políticos de éxito ejercitan su talento. En los
suburbios del mundo, los jefes de estado venden los saldos y retazos de
sus países, a precio de liquidación por fin de temporada, como en los
suburbios de las ciudades los delincuentes venden, a precio vil, el
botín de sus asaltos.
Los pistoleros que se alquilan para matar
realizan, en plan minorista, la misma tarea que cumplen, en gran
escala, los generales condecorados por crímenes que se elevan a la
categoría de glorias militares. Los asaltantes, al acecho en las
esquinas, pegan zarpazos que son la versión artesanal de los golpes de
fortuna asestados por los grandes especuladores que desvalijan
multitudes por computadora. Los violadores que más ferozmente violan la
naturaleza y los derechos humanos, jamás van presos. Ellos tienen las
llaves de las cárceles. En el mundo tal cual es, mundo al revés, los
países que custodian la paz universal son los que más armas fabrican y
los que más armas venden a los demás países; los bancos más prestigiosos
son los que más narcodólares lavan y los que más dinero robado guardan;
las industrias más exitosas son las que más envenenan el planeta; y la
salvación del medio ambiente es el más brillante negocio de las empresas
que lo aniquilan. Son dignos de impunidad y felicitación quienes matan
la mayor cantidad de gente en el menor tiempo, quienes ganan la mayor
cantidad de dinero con el menor trabajo y quienes exterminan la mayor
cantidad de naturaleza al menor costo.
Caminar es un peligro y respirar es una
hazaña en las grandes ciudades del mundo al revés. Quien no está preso
de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad
de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de
perder las cosas que tienen. El mundo al revés nos entrena para ver al
prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reduce a la soledad y
nos consuela con drogas químicas y con amigos cibernéticos. Estamos
condenados a morirnos de hambre, a morirnos de miedo o a morirnos de
aburrimiento, si es que alguna bala perdida no nos abrevia la
existencia.
¿Será esta libertad, la libertad de
elegir entre esas desdichas amenazadas, nuestra única libertad posible?
El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de
cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el
futuro en lugar de imaginarlo: así practica el crimen, y así lo
recomienda. En su escuela, escuela del crimen son obligatorias las
clases de impotencia, amnesia y resignación. Pero está visto que no hay
desgracia sin gracia, ni cara que no tenga su contracara, ni desaliento
que no busque su aliento. Ni tampoco hay escuela que no encuentre su
contraescuela.
Patas arriba. La escuela del mundo al revés.